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Al ingresar a la muestra Cuando el cielo se muera de Sebastián Bona El pájaro canta hasta morir fue una de las primeras cosas que se me vino a la mente. Sin ninguna imagen. Sólo una sensación, la de la muerte, mientras observaba, detenidamente, los dibujos, la tinta, el papel. Después, a pocos metros, contemplé las esculturas de arcilla que reproducen en tres dimensiones lo que uno vió en dos, ¿qué vió, qué ví, qué vimos?, pájaros muertos, en diferentes posiciones, pero muertos, y, mientras los veía, me preguntaba, ¿cuáles son más reales?, ¿qué pájaros muertos están más vivos, los dibujados o los esculpidos? ¿Qué muerte es más real, la nuestra o la de los otros?
 

Sobre la muestra Cuando el cielo se muera.

Manuel Quaranta

Revista Ramona, 2016

Las pequeñas aves artificiales yacen casi a ras del piso en un plinto de madera clara; el gris claro del cemento, el oscuro de la arcilla y el blanco del yeso completan la paleta. La redondean dos rocas naturales traídas desde Estambul, Turquía, más precisamente desde el Mar de Mármara. Allí, a lo largo de cuatro meses (entre junio y septiembre de 2015), Bona se desempeñó como escultor, constructor y montajista del equipo de asistentes del artista Adrián Villar Rojas en la instalación escultórica The most beautiful of all mothers ("La más hermosa de todas las madres") que integró la Bienal de Estambul. Antes de esa experiencia, desde febrero a junio del año pasado, Bona también trabajó como escultor y constructor asistente de Adrián Villar Rojas en Two suns (Marian Goodman Gallery, Nueva York, Estados Unidos).

Las esculturas de Bona tienen algo en común con las de aquellas muestras: parecen naturalistas desde cierta distancia. En Bona, este efecto se debe al realismo de la escala y al inusual montaje. De cerca, empero, revelan una fuerte impronta gestual y neoexpresionista en la técnica, que no es el modelado sino el tallado en seco. La fuerza y rugosidad del desbaste contrastan con la fragilidad del tema, y el estilo se aleja sabiamente de cualquier animalismo convencional.

Similar sensibilidad para con las materialidades, que alcanzan su máxima expresividad paradójicamente cuando Bona elige materiales rebeldes y difíciles (que dan, en la lucha, lo mejor de sí), aparece en los 13 dibujos expuestos. Los 10 de sala, lejos de constituir bocetos para las esculturas, tomaron a las mismas como modelos: se delata esto en la morosidad de los detalles, la precisión de una mirada que se tomó todo el tiempo del mundo. La línea se demora en las contingencias de aquella naturaleza artificial que es la propia pieza escultórica.

Es representación en segundo grado, como el arte según Platón. La madera reaparece como simulacro en recortes de papel de borde neto que se suman como collage, incrustados en las figuras. Los más bellos dibujos son los que se encuentran en trastienda: una secuencia de tres aguadas que fueron realizadas en café. Allí, el deliberado abandono de cierto control técnico sobre el trazo deja entrar una instancia de caos impredecible que enriquece la imagen; algo similar a lo que pasa con las esculturas al elegir tallar el material. En una aguada se ve el vuelo; en otra, el ave (un pichón de gorrión) está viva y nos mira.

Una exposición individual, que tiene calidad museográfica, se encuadra en la política de Gabelich Contemporáneo de acercar al mercado del arte, junto a los consagrados de Rosario y Buenos Aires, producciones de artistas locales emergentes.

Texto de Beatriz Vignoli

Diario Página 12

Sobre la muestra Cuando el cielo se muera, 2016.

El grafito sobre el papel da forma a universos de carbonilla poéticos y apocalípticos. Dibujos que parecieran rendir un oscuro tributo a Poe, con niños, casas y pájaros como protagonistas.

Por el ojo del arte - Seccion Art-Proust

https://elojodelarte.com/art-proust/sebastian-bona

POR FIN UN JOVEN DRAMEANDO

 

POR FIN DRAMA

 

Dice que le dije qué tan física podía ser su obra

dice que no supo qué decir.

 

Un océano se vacía

viajan los restos, las partes, los detritos 

por cloacas, intestinos, valijas, macetas, carteras, bolsillos, 

agua y aire, fuego y tierra,

un océano se está vaciando.

 

Cuando un pájaro está quieto, seguramente está lastimado o está escayolado

o está dibujado.

 

Por fin un joven confesándose

abriendo las venas de un viaje clásico, Latinoamérica-Europa.

Fue a buscar a Italia esa academia espacial en las ruinas, encontró frutas, materiales  y  ruinas.

Ya conocía la academia argentina, pero El señor pájaros, como se nombra es de Rufino, Provincia de Santa Fe, y en la tradición había que viajar.

 

No heridas. 

No taxidermia.

Esta quietud no tiene olor ni rigidez ni se llena de polvo.

Sale a caminar por las calles antiguas, repletas de músculos, cada tanto ve un punto de polen y sabiendo que debe seguir, sigue.

 

Por fin un joven drameando, ¿Pero drama de qué siglo?

Siglo XXII, como el océano,  su caudal y su resaca sigue alimentándonos, 

cuidado se está levantando. 

Charlamos, declara obsesiones de un alma antigua buscando una academia a la que le faltaba el cuerpo.

 

Los pájaros dejan observarse en la muerte, en el arte, en las catedrales o iglesias de villas o en las mesas de bares apartando migas. Nunca quietos, solamente cuando están lastimados, no se dejan tocar y no nos quieren. Sepámoslo. Una historia de ecocidios martirios,  acabamos con todo. 

Bona artista de escritorio, usa  en varias ocasiones ese chiste. En todo caso cuando se concentra en  el trampantojo o trompe-l'œil, lo es, lo es en las  hojas Fabriano de 20 x 20. Queremos tocar esos dibujos queremos descifrar esos proto-textos queremos recordar si estos pájaros modelados tienen su correlato en esculturas de yeso de jardines provincianos. O nada de eso importa. Es ficción arqueológica.

 

Y está el artista que se pregunta cómo entrar un pájaro muerto a un gran cuarto. Con una ternura extrema los baja a la tierra, no hay gomera acá, hay un pudor un dolor, gesto barroco ensimismado  en el detalle y en la totalidad. Extraer una parte de la catedral, hacerla nicho y memoria ofreciendo el cielo total, de planetas y husos horarios. La obra se vuelve desafiante, cómo entrar un pájaro a un cubo blanco de 17 metros x 8 cuando no hay ventanas. 

 

Texto de Claudia del Río para la muestra Levantar un océano en galería Luogo, Argentina I 2024.

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